CAMINANDO CON JESÚS: El Gran Hambre

Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre; y el pan que yo daré para la vida del mundo es mi carne."
Entonces los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?". Jesús les dijo: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Los que comen mi carne y beben mi sangre tienen vida eterna, y yo los resucitaré en el último día; porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Los que comen mi carne y beben mi sangre permanecen en mí y yo en ellos. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, así también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros antepasados, y murieron. Pero el que coma este pan vivirá para siempre".
- Juan 6:51-58
Ser humano es vivir con hambre. Aunque puede que no te esté royendo ahora mismo, dale un poco de tiempo. Omite algunas comidas. Pronto se convertirá en el centro de cada pensamiento y acción. Si te saltas algunas comidas más, será fácil olvidar que el apetito es un don de Dios. Permiten nuestra supervivencia como individuos y como especie. Son el reflejo de "la gran hambre": nuestro miedo a la mortalidad, nuestro anhelo de que la vida tenga sentido, nuestro deseo de llenar el gran vacío de nuestras almas. Nuestra gran hambre en estos tiempos de pandemia.
Más persistente que cualquier otro apetito, el gran hambre clama por alimento. Pero, al igual que ocurre con los atracones de comida basura, demasiadas personas, por lo demás inteligentes, se meten en el alma todo tipo de porquerías para intentar llenar ese agujero hambriento. Desde el materialismo hasta el misticismo, desde la ambición hasta la astrología, todos están en el menú cada día, parecen sabrosos pero en última instancia no aportan ningún alimento. Para alimentar el gran hambre hace falta algo más que una dieta de placer, una acumulación de cosas o una colección de máximas bienintencionadas.
La gran buena noticia es que Jesús nos invita a acercarnos a él, ofreciéndole "nuestro ser, nuestra alma, nuestro cuerpo". La generosidad de Dios está a nuestra disposición 24 horas al día, 7 días a la semana. Quiere que nos demos un festín de fe: que encontremos sentido a la vida, que trascendamos la mortalidad y que encontremos la felicidad eterna con Él. Tú y yo estamos invitados a hacer mucho más que encontrarnos con Cristo. Estamos llamados a una comunión completa con el Dios vivo. Estamos llamados a: Come mi carne y bebe mi sangre. De este lado del cielo, no se puede estar más cerca.
Pero, ¿qué hacer ahora?
En la fe, si realmente compartimos el Pan de Vida y la Copa de Salvación, ¿cómo podríamos pasar hambre? Somos literalmente uno con Cristo y uno con millones de cristianos que acuden al altar semana tras semana. Hay un solo Pan y todos somos un solo cuerpo. Hay una Copa. Somos Corpus Christi -el Cuerpo de Cristo- alimentados por él, viviendo en él y Dios en nosotros. Tenemos un propósito y una dirección: El propósito de Dios, la dirección de Dios.
La salud física depende en gran medida de la genética, la alimentación, el ejercicio y la evitación de patologías. La salud espiritual es similar. En el Bautismo, Cristo cambió por completo nuestra genética espiritual. Somos cristianos hasta la médula. Pero, ¿qué clase de cristianos somos? Eso depende de los hábitos saludables que practiquemos. Y los buenos hábitos comienzan con una buena alimentación. Sin una buena alimentación, no tenemos energía para hacer ejercicio. Sin una buena alimentación, nos falta el juicio y la voluntad para tomar decisiones saludables.
La Escritura es nuestro primer alimento espiritual, la leche materna de nuestra fe. La ingerimos por primera vez en casa cuando somos niños, en la Escuela Dominical y en el Campamento de Estudios Bíblicos. Como adultos, antes de nuestros huevos con tocino o de nuestros Honey Nut Cheerios, hay devocionales diarios que nos impulsan en nuestro día. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, la palabra de Dios no contiene grasa y está repleta de nutrientes. No hay ingredientes secretos, sólo gracia, la receta familiar de Dios para la bondad. Como nos invita el Salmo 34:8
Gustad y ved que el Señor es bueno, dichoso el que confía en él. Nuestro gusto por la gracia es un gusto adquirido. Dios no nos da su gracia a la fuerza. Es siempre un don. Él la da. Nosotros la recibimos. Somos conscientes y estamos abiertos a la gracia de Dios.
En el Corpus Christi -esta celebración del Cuerpo de Cristo-, Nuestro Señor y Salvador se nos entrega por entero. Se nos invita a entregarnos enteramente a Él. Sin esa entrega no hay comunión. Hay palabras. Hay liturgia. Pero no hay Corpus Christi. El gran hambre continúa.
Y qué desperdicio sería: un desperdicio de vida, un desperdicio de alegría, un desperdicio de gracia. No desperdicies esta oportunidad. Esta semana, Cristo te ofrece llenar el hueco de tu alma con el mismo alimento que inspiró a los apóstoles y fortificó a los mártires. Acoge la gracia de Dios. Ábrete al Corpus Christi. Lleva tu hambre a Dios. Nombra tus miedos y tus defectos. Acércate como un niño a un padre cariñoso. No te irás con hambre. Ni siquiera en esta pandemia en la que se nos puede impedir físicamente recibir el Santísimo Sacramento.
Recemos:
En unión, Jesús bendito, con los fieles reunidos en todos los altares de tu Iglesia donde se ofrecen hoy tu Cuerpo y tu Sangre benditos (y recordando en particular mi propia parroquia y a los que en ella celebran el culto), anhelo ofrecerte alabanza y acción de gracias, por la creación y todas las bendiciones de esta vida, por la redención ganada para nosotros por tu vida, muerte y resurrección, por los medios de gracia y la esperanza de gloria.
Y particularmente por las bendiciones que me has concedido. Creo que estás verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento y, como en este momento no puedo comulgar, te ruego que entres en mi corazón. Me uno a ti y te abrazo con todo mi corazón, mi alma y mi mente. Que nada me separe de ti; que te sirva en esta vida hasta que, por tu gracia, llegue a tu reino glorioso y a la paz sin fin. Amén.
El Rev. Canónigo David Sellery es el canon para la misión congregacional en la Diócesis de Carolina del Norte.