CAMINANDO CON JESÚS: De vencedores y vencidos

Cuando Jesús se ponía en camino, llegó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?". Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Tú conoces los mandamientos: No matarás; No cometerás adulterio; No robarás; No levantarás falso testimonio; No defraudarás; Honra a tu padre y a tu madre'". Él le dijo: "Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud". Jesús, mirándole, le amó y le dijo: "Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes y da el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; entonces ven y sígueme". Al oír esto, se escandalizó y se fue afligido, porque tenía muchas posesiones.

Entonces Jesús miró a su alrededor y dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil les será a los que tienen riquezas entrar en el Reino de Dios!". Y los discípulos se quedaron perplejos ante estas palabras. Pero Jesús volvió a decirles: "Hijos, ¡qué difícil es ¡para entrar en el reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios". Se quedaron muy asombrados y se decían unos a otros, "Entonces, ¿quién puede salvarse?" Jesús los miró y les dijo: "Para los mortales es imposible, pero no para Dios; para Dios todo es posible."

Pedro empezó a decirle: "Mira, lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Jesús le dijo: "En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, ni hermanos, ni hermanas, ni madre, ni padre, ni hijos, ni campos, por mí y por la Buena Nueva, que no recibirán cien veces más ahora en este siglo: casas, hermanos y hermanas, madres e hijos, y campos, con persecuciones, y en el siglo venidero la vida eterna. Pero muchos de los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros".

Marcos 10:17-31


El rabino Harold Kushner, de bendita memoria, escribió hace varios años un libro muy bueno titulado ¿Cómo de buenos tenemos que ser? Esta es la pregunta inicial de la lectura de hoy, cuando el hombre rico pregunta a Jesús: "¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?". Ahora bien, cuando se trata de ganar, este hombre no tiene igual, porque puede asegurar con confianza a Jesús que ha guardado todos los mandamientos sin falta desde su juventud. Casi parecería que, como gran triunfador, este hombre que se arrodilla ante Jesús tal vez busca que Jesús lo felicite e incluso lo eleve como ejemplo para los demás.

Si todo se tratara de ganar....

El hombre rico es ciertamente admirado. En cualquier sociedad, la gente tiende a ver al que lo ha conseguido, al que tiene éxito, al rico, como una persona superior. El mero hecho de que una persona tenga riqueza se considera en muchos contextos, tanto en aquella época como en la nuestra, como una prueba incontrovertible de que Dios la bendice más que a los demás. (Este es el encanto del llamado Evangelio de la Prosperidad). Y para colmo, ¡tiene unas cualidades morales tremendas! A los ojos de todo el mundo, incluidos los discípulos, este hombre es lo máximo. Por eso se asombran cuando Jesús dice: "¡Qué difícil les será a los que tienen riquezas entrar en el reino de Dios!".

Si todo se tratara de ganar....

Fíjate, sin embargo, que, con gran amor en sus ojos, Jesús le dice suavemente: "Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes y da el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme."

Jesús lo ve todo de forma muy diferente a nosotros. No se trata de ganar. Un ganador se siente dueño de todo. Amo del Universole llamamos. Pero resulta que los que lo poseen todo ya no son libres. Esa es la gran ironía. El cantautor argentino Facundo Cabral solía decir: "[E]l conquistador, al tener que custodiar su conquista, se convierte en esclavo de todo lo conquistado". Quien es dueño de todo es dueño (poseído) de sus muchas posesiones. Por eso, en el Evangelio de Jesús el mensaje coherente y persistente es que hay que perder para ganar. No se trata de ganar. Véndelo todo. Dáselo a los pobres. Sígueme. El problema no es que tengas riqueza, sino que tu riqueza te tiene a ti, y empobrece tanto tu alma que más pronto que tarde acabas menospreciando y oprimiendo a los demás con tu obsesión por poseerlo todo, con tu sentido de superioridad, con tu gran lista de éxitos materiales y morales.

La vida eterna no comienza después de la muerte, sino en esta vida. La vida eterna es la calidad de vida que disfruta aquí y ahora toda persona que se dedica al bienestar de las personas y de esta hermosa creación en la que Dios nos ha colocado, no como propietarios sino como jardineros y administradores. El reino de Dios no está en otro mundo sino que se encuentra en éste; cuando no hay propietarios aprisionados por sus riquezas sino que todos son siervos libres unos de otros, por lo tanto nadie está esclavizado, nadie es propiedad, nadie es una mercancía. El reino de Dios es la realización de la Comunidad Amada, donde se respeta la dignidad de cada persona, donde nadie es mangoneado, donde reina el amor y por tanto vivimos en paz y justicia.

¿Cómo de buenos tenemos que ser? Los dos rabinos que mencioné, Kushner y Jesús, no están interesados en eso. La vida eterna no se gana; ¡ya lo hemos heredado! No tenemos que ser otra cosa porque todo lo que deseamos ser ya lo somos. Desde antes de la fundación del mundo, tú y yo somos hijos e hijas que Dios contempla y mira con amor infinito, guardados como la niña de esos ojos divinos que nos invitan continuamente a ser libres y a seguir a Jesús por el camino del amor, donde tendremos vida y la tendremos en abundancia.

Señor, haznos instrumentos de tu paz.
Donde haya odio, sembremos amor;
donde hay injuria, perdón;
donde hay discordia, unión;
donde hay duda, fe;
donde hay desesperación, esperanza;
donde hay oscuridad, luz;
donde hay tristeza, alegría.
Haz que no busquemos tanto ser consolados como consolar;
ser comprendido como comprender;
ser amado como amar.
Porque dando es como recibimos;
es perdonando como somos perdonados;
y es muriendo como nacemos a la vida eterna. Amén.

- Oración atribuida a San Francisco Libro de Oración Común, p. 833


El Reverendo Daniel Robayo es el misionero para los ministerios latinos/hispanos en la Diócesis de Carolina del Norte.